RETO nocturno

El reloj marca las dos de la madrugada. Hay luz fuera de la habitación «no puede ser, cuando me acosté estaba todo a oscuras». Me levanto. Claro, es ella, la luna, todavía no está llena pero ilumina con fuerza el pasillo. Me pongo a caminar siguiendo mi sombra, no estoy segura de estar despierta o durmiendo, pero me entretengo observando mi sombra y escuchando el silencio. Un silencio que acompaña, y que inspira. Vuelvo a la cama, me acomodo, cierro los ojos. Y sin saber por qué, ni de dónde viene, siento un olor. Viajo al día que lo olí por primera vez. No había estado nunca en aquella casa. Una pared blanca, una calle estrecha, una puerta que se atasca. La escalera, también estrecha, oscura. Y una sala, una chimenea, un suelo con baldosas marrones, que un poquito más allá son más claras, porque empieza la cocina. La misma cocina que ha escuchado tantas palabras, tantas voces diferentes, tantas risas, y algún llanto. Una puerta a un patio, un toldo verde y azul (porque si fuese solo verde parecería de una frutería). Macetas aquí y allá, el nido que las golondrinas construyen cada inicio de verano debajo del tejado. Entro otra vez, sigo por la escalera. La que se tapaba con un colchón cuando hacía demasiado frío, cuando arriba no había nada ni nadie… ¿nada? Es ahí. Arriba. Ahí está, ahí fue donde lo olí por primera vez. La luz del patio, la ventana que no se puede abrir porque entra demasiado calor, y demasiado frío. Y al fondo, un baño, y en el baño, ese olor a perfume, a limpio, a mezcla. Olor a papá cuando se acaba de afeitar. Olor a día de fiesta cuando te pones camisa y corbata. Olor a «hoy es un día especial» Olor a ti. Olor a ti solo allí, porque solo allí lo he sentido. No recuerdo el nombre, porque no tuve curiosidad por saberlo, porque si lo hubiera sabido, seguramente lo habría buscado, y en caso de encontrarlo, ya no habría sido el olor de aquel lugar. Creo que me he dormido, creo que lo he soñado, ¿Por qué hoy? ¿Por qué así?

Recordando un olor, una madrugada de febrero

RETO musical

Photo by Jackson David on Pexels.com

Hace mucho tiempo que cada vez que escucho una canción que me gusta, ya sea en la radio, en una tienda, en una película… la localizo y la añado a una de mis listas. Tengo varias, según el estilo de la canción, o según lo que me inspira la melodía. Esta mañana no me apetecía encender una vela, ni silencio, ni mantras. Esta mañana me he levantado con muchas ganas de moverme, de bailar, de saltar. He hecho una clase de «full body» y no he tenido suficiente, así que he buscado mi lista de música marchosa y me he puesto a bailar por casa. Esta ha sido la canción que ha sonado la primera en la lista https://www.youtube.com/watch?v=5mQVljB7JGw y que ha hecho que de manera totalmente inconsciente, mis pies, mis piernas y mis brazos hayan empezado a moverse, luego mi cabeza, mis caderas, toda yo. Y me he sentido bien. Libre, muy libre. No sé cuántas canciones he bailado, no me he preocupado de controlar el reloj, porque eso es parte de la libertad, perder la noción del tiempo, dejarse llevar, dejar que la música entre por los oídos y dejar el cuerpo suelto. Estoy escribiendo, la música sigue sonando, y aunque estoy sentada, sigo moviéndome, escribo con una sonrisa porque me siento bien, me siento muy bien. Seguramente cuando me levante daré algún giro más, y si la canción me provoca, seguiré bailando. Hoy el cuerpo me pide baile.

P.S por si a alguien le apetece moverse conmigo https://www.youtube.com/watch?v=5tq5p5gsg-E

Bailando en un día de Febrero.