Nada concRETO

Podría entrar con los ojos cerrados y sabría exactamente dónde estoy porque sigues oliendo igual, sigues sonando igual, sigues brillando igual. Te veo a lo lejos, y de repente surgen imágenes que estaban escondidas, atrapadas, dormidas. Literalmente me teletransporto. Recuerdo, y veo, la nota que me pasaste por debajo de la mesa en la que me escribiste «¿quieres ser mi pareja en el baile de fin de curso?», y mi respuesta en el mismo trozo de papel: un sí en mayúsculas escrito con rotulador rojo. Y recuerdo y veo nuestras miradas. No había nadie más, no había nada más.
Recuerdo un ramo de flores brillando encima del asiento del acompañante de un coche azul, y otra vez aquella mirada y aquella sonrisa que no me cansaba de ver. Escucho los primeros acordes de Romeo and Juliet de Dire Straits y no puedo evitar sonreír. Porque no nos importaba qué hora era, no nos importaba si llovía o hacía sol. La canción sonaba, en bucle, mientras conducías con las ventanas abiertas y nos reíamos como si no hubiera un mañana. La ciudad era nuestra cómplice, nuestro refugio, y ella sigue aquí. Luego tuvimos que aprender a desconocernos. Nos olvidamos de soñar, nos despistamos a la hora de tomar el tren, y las flores terminaron marchitándose.
GRACIAS.

Otro día de Enero viendo amanecer en esta ciudad.

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